Mi primer viaje en avión me llevó a Los Cabos, pero no precisamente por placer, sino por trabajo. Aunque ha pasado tiempo desde entonces, todavía atesoro un recuerdo especial de aquel viaje. Era un día agotador, habíamos estado trabajando incansablemente y el hambre se había apoderado de nosotros. Así que decidimos hacer una parada estratégica en el restaurante del hotel Fiesta Americana de Los Cabos, donde estabamos trabajando.
Recuerdo haber pedido una hamburguesa, simplemente porque mi estómago rugía de hambre y no podía esperar más. Pero lo que sucedió a continuación fue un giro inesperado. Mientras los demás comensales disfrutaban de sus platos de pasta exquisita y cortes de carne suculentos, yo me encontraba esperando pacientemente mi hamburguesa. Comencé a cuestionar al mesero, preguntándole por qué mi elección tardaba tanto en llegar a la mesa.
Su respuesta fue épica. Con una sonrisa enigmática, me aseguró que valdría la pena la espera, ya que esta hamburguesa sería “la mejor hamburguesa de mi vida”. Probablemente me vio como un joven inexperto (tenía unos tiernos 23 años, aunque siempre parecía más joven de lo que era).
La espera se hizo eterna, pero cuando finalmente llegó mi hamburguesa, su sabor hizo que olvidara todo el tiempo que había pasado. Fue una explosión de sabores, una combinación perfecta de carne jugosa, queso derretido y ingredientes frescos que se fundieron en una experiencia culinaria que me hizo viajar lejos, dentro de mi mente, al cielo de las hamburguesas. ¡Tenía que admitir que el mesero tenía razón! Esa hamburguesa se ganó un lugar especial en mi corazón (y en mi estómago).
Así que ahí estaba yo, en medio de un viaje de trabajo, con la mejor hamburguesa de mi vida en la mano y una lección aprendida: nunca subestimes el consejo de un mesero entusiasta. Quién hubiera pensado que una hamburguesa en medio de Los Cabos se convertiría en un recuerdo imborrable, algo difícil de lograr en mi vida llena de experiencias
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