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A mi Madre

Naciste bajo el cielo nocturno,
en la Ciudad de México, un 29 de enero,
cuando las estrellas susurraban
que una fuerza única llegaría al mundo.

Complicada, dirían algunos,
pero yo sé que eras un baluarte,
una fortaleza que no permitía abusos,
una voz que nunca callaba ante la injusticia.

Te gustaba reír,
reír hasta que el tiempo se olvidara de avanzar.
Tu humor era un refugio,
tu risa, un canto que aún resuena en mi alma.

Eras como un cristal,
delicado, pero lleno de luz,
incomprendida por un mundo
que no alcanzaba la profundidad de tu ser.

Organizabas la vida con cuidado,
amabas la música y la paz,
y aunque buscabas la soledad,
siempre estabas presente para quienes amabas.

Tu fe, tan firme como las montañas,
te llevaba más allá de lo terrenal.
Hoy sé que estás con esas deidades
en las que confiaste, envuelta en su abrazo eterno.

A veces me pregunto, madre,
si tu silencio fue un sacrificio,
si tu enfermedad la guardaste
para no pesar en mi corazón.

Pero quiero que sepas,
en cada recuerdo,
en cada lección,
yo encuentro tu amor inquebrantable.

Eras un faro en medio de la tormenta,
y aunque tu ausencia duele,
tu esencia nos inspira a ser mejores,
a vivir con la fortaleza y el amor que nos enseñaste.

Descansa, mamá,
en el lugar donde la música nunca cesa
y las risas nunca se apagan.
Te llevo conmigo,
cada día, en cada latido.

29 de enero de 1956 – 20 de diciembre de 2024

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