En México, vivimos en un país marcado por la discriminación social, donde nos enfrentamos a situaciones que, según el criterio colectivo, pueden ser bien vistas o mal juzgadas. No siempre ocurre, pero hay momentos en los cuales el mismo círculo social en el que nos desenvolvemos nos evalúa y nos lleva a cuestionar nuestras acciones, a menudo orientándonos hacia un camino que no nos beneficia, todo por el temor a ser juzgados.
“En el acto de romper las cadenas de la tradición, nace la luz de nuestro propio camino, iluminando la senda hacia la libertad de ser.”
Imaginemos nuestros deseos como una pelota situada en medio de un círculo de personas (nuestro grupo social), quienes aguardan expectantes nuestras acciones para señalarlas. Giran alrededor, fingiendo desinterés en lo que sucede. Incluso, algunos de ellos desearían interactuar con la pelota, explorarla, pero el miedo los paraliza hasta el punto de no atreverse siquiera a considerar ir más allá.
Quizás te encuentres fuera de ese círculo, anhelando profundamente interactuar con esa pelota, botarla y ser feliz junto a ella. Sin embargo, el temor al “qué dirán”, a ser juzgado y rechazado, se interpone. Pero en ese momento decisivo, decides hacer lo que crees correcto: traspasas la barrera social, tocas la pelota, juegas con ella. La gente puede juzgarte, darte la espalda, pero eso solo dura un instante.
A menudo, nuestros sueños no son aceptados por los demás, y no es fácil romper con un paradigma; el primer paso es atreverse.
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